Si hay algo cíclico en la vida, son las ‘pirámides’ de dinero: van y vienen y pese a que los medios de comunicación registran con mayor frecuencia la aparición de estas estafas financieras, los inversionistas no aprenden y siguen cayendo como arroz.
Campañas de comunicación como: “De eso tan bueno, no dan tanto”, de la Superintendencia Financiera de Colombia, son cada vez más necesarias, aunque los esfuerzos en educación financiera parecen nunca ser suficientes. Casos como el de las “Tejedoras de sueños”, muestran que mediante un sofisticado sistema atraían mujeres de estratos altos a través de redes como Whatsapp y se llegaron a vincular cerca de 400 mujeres, quienes entregaron $4’500.000 cada una y a título de regalo, con la esperanza de recibir en 28 días un retorno cercano a los $36 millones, sin que mediara el intercambio de un bien o servicio, pero con la condición de completar los cuatro niveles vinculando a 15 personas más, según la Superfinanciera.
Y siguen cayendo, pese a estafas tipo Elite, empresa que captó ilegalmente más de $1 billón, según la Fiscalía. Esta empresa de libranzas quebró hace más de tres años y que dejó ‘viendo un chispero’ a cientos de inversionistas que buscaban lo mismo: plata fácil en poco tiempo.
Y como si se tratara de un episodio de ‘revivamos nuestra historia’, vale la pena recordar sucesos de hace ya varios años, que siguen y siguen pasando, pese a que los medios de comunicación siguen informando acerca de estas ingeniosas estafas.
Por ejemplo, el caso de Allen Stanford, un magnate estadounidense, quien tuvo el privilegio de ser recibido con ‘honores’ por el mismísimo Presidente de la República, en noviembre de 2006, a propósito de su entrada al mercado colombiano mediante la compra del puesto de bolsa del cafetero Gustavo Gaviria, permite entrever que “ni las más linda, ni la más perfumada de la fiesta es necesariamente la mujer perfecta”. Ahí vienen los espejismos.
“¡Viva Colombia!” fue la frase típica de reina de belleza de la que se valió Sir Stanford cuando presentó en sociedad a su compañía, en un concurrido coctel en el Club el Nogal de Bogotá, al que asistieron ex ministros, empresarios, modelos y uno que otro ‘lagarto’ y en el que el empresario decía a los medios de comunicación que el grupo hasta pensaba montar un banco comercial en Colombia.
Casi por la misma época, un hombre de origen humilde, pelo largo y con fuerte acogida en los sectores populares, intentaba hacer lobby en la Casa de Nariño para lograr una audiencia con el Presidente Uribe: ‘criollito’ él e igual de genio para prometer a los incautos, intereses superiores a los del sistema. Y una coincidencia: se supo después que también quería montar un banquito.
Ambos casos son repudiables, aunque resulta casi ridícula la pleitesía que se le rinde a los inversionistas extranjeros sin conocer, al detalle, de dónde provienen esos jugosos rendimientos. Y claro, si al señor Allen lo ponemos al lado de Murcia, ¿a quién se le nota más la cara de presunto estafador?
Stanford tiene ese no sé qué que se llama clase y cómo no, si es un hombre de cuna: amo y señor de la isla Antigua y Barbuda, benefactor de los pobres y desprotegidos, patrocinador de deportes como el criquet e incluso, auspiciador del golfista colombiano, Camilo Villegas. Un hombre que hace algunos años pasado despertó fuertes suspicacias en Wall Street porque mientras los mercados internacionales se venían a pique, su emporio se mantenía fuerte como un roble. Por si fuera poco decía que su negocio tenía 70 años de tradición, cuando en los mercados internacionales se habla apenas de 15.
Mientras ‘Sir Allen’ recorría en su avión privado los 136 países de operación de Stanford, en Colombia, Murcia fue cuestionado por una colección de 15 automóviles lujosos como Ferrari, Maserratti, Mercedes Benz, así como yates y aeronaves. Una vida llena de excentricidades, que en el primer caso generaba adulaciones y en el segundo, sospechas.
En el caso de Murcia, su dinero se asoció a los negocios con Juan Carlos Ramírez Abadía, alías “Chupeta”, capturado en Brasil en 2007 y el ex jefe paramilitar Carlos Mario Jiménez, alias “Macaco”, extraditados a Estados Unidos bajo cargos relacionados con tráfico de cocaína. A Stanford, el FBI le indaga si tuvo nexos con el cartel de México.
Juan Carlos Hoyos, un agente financiero cuenta que estuvo a punto de ser ‘tumbado’ hace muchos años cuando un colega suyo, que trabajaba en Stanford Venezuela (40 por ciento de las inversiones del conglomerado) le ofreció comercializar los productos financieros de la firma. Lo llevaron a Antigua durante cuatro días, le pagaron el mejor hotel y todo, a cambio de un negocio que nunca se concretó porque Hoyos no creía en los dichosos Certificados de Depósito a Término (CDT) a una tasa de 15 por ciento efectiva anual, cuando en el mercado no se ofrecía ni a la mitad, en ese entonces.
Algo olía mal, indudablemente. En Colombia, aunque la comisionista de bolsa salvó el honor al iniciar un proceso de devolución de los recursos de los clientes en pesos y la oficina de representación de Stanford Trust Company, cesó sus actividades de promoción y negó haber hecho actividades de captación de recursos para ofrecer productos financieros en el exterior, no deja de llamar la atención la coincidencia en que, por ejemplo, la gerenta general de la comisionista, Alba Luz Hoyos, presentara renuncia a su cargo dos semanas antes de que la Securities Exchange Comission (SEC) acusara a Allen Stanford de cometer un fraude cercano a los 8.000 millones de dólares, aduciendo motivos personales. En ese momento la comisionista esperaba una capitalización cercana a los tres millones de dólares, ya que durante dos años consecutivos reportó pérdidas en su balance.
En todo caso, los dos episodios, el de Murcia y Stanford, son igual de reprobables, cada uno en su contexto y los dos, en su momento, estuvieron en las primeras planas de los medios de comunicación. En el caso de Murcia, la gran estafa fue para el ciudadano de a pie que buscaba rentabilidades mágicas en poco tiempo. En el segundo, a quienes con un poco más de dinero creyeron en la estrategia de la multiplicación de los recursos de Stanford. Al final, todos cayeron.